Barniz de color, laca, pinceleta y rodillo. Mañana de sábado,
música y mi sobrino de 5 años pintando con temperas, el color rosa viejo tiñendo
mi nuevo atril y mi mesita de trabajo. La primera mano y se puso todo rosa.
Entonces pensar en el amor, pensar en mis relaciones pasadas, en las relaciones
de mis amigas, pensé en las mujeres que conozco y automáticamente pensé en el
respeto. Un pincel que se mete en los lugares pequeños, y una extraña sensación
de querer haber vivido en una época rosada, donde la palabra tenga el peso de
lo cierto, donde el que dice hace en consecuencia, donde nadie genera falsas expectativas,
donde mirarse a los ojos es suficiente. El rosa tiene ese don de transportarme
al mundo de la novela, del vestido con miriñaque, también sentí un enorme deseo
de que finalmente mientras pinto un príncipe de cualquier color me cebe un mate
y que mis amigas finalmente se miren al espejo y vean que son simplemente
reinas.